Una hora antes de la salida del vuelo, cuando ya estoy en el aeropuerto, me informan de que no quedan más plazas del puente aéreo, el último del día. Eso significaba que no podía ir a casa y tenía que quedarme en tierra. El señor que estaba a mi lado ha decidido gritar reclamando sus derechos y criticando el mal funcionamiento del Puente Aéreo. Las azafatas han dado la alternativa de ponernos en lista de espera por si quedaban plazas libres del vuelo regular. Pero allí había mucha gente y por lo que comentaban, la feria ARCO de Madrid y el congreso de móviles de Barcelona había aumentado la demanda de vuelos.
Le doy mis datos a la azafata para que me ponga en la lista de espera y después de intercambiar algunos comentarios le digo: ¿entonces hay pocas opciones de que tenga un sitio en el avión? Ella mueve la cabeza de arriba a abajo varias veces. En ese momento me aparto del mostrador y empiezo a observar la gente que me rodea. A parte del señor que gritaba, la mayoría están cabreados quejándose con la boca pequeña.
En esa situación, me detengo a pensar: ¿y ahora cómo vas a reaccionar, Ivette? Por un lado he pensado en buscar alternativas para volver a casa, alternativas para quedarme, empezar a exigir a las azafatas soluciones, preguntar a otro pasajero cómo podemos reclamar. Y mi corazón ya empezaba a palpitar más rápido de lo normal.
La azafata nos ha pedido calma y que esperemos a que se cierre el vuelo regular para ver si quedan plazas. Entonces ha sido cuando he pensado: Ivette, confía. Aún existe la remota opción de coger el vuelo. En el caso de que no haya plazas, ya buscarás alternativas a su debido tiempo.
Mi corazón seguía palpitando fuerte, y cualquier pensamiento de queja o comentario en contra de Iberia, habría hecho saltar definitivamente el nerviosismo. ¿Y qué pasa cuando eso sucede? Pues en casos muy tensos, el corazón bombea a mil, hierve la sangre, la respiración se acelera, tiemblan las manos y flaquean las piernas. Y lo peor de todo es que estos efectos del nerviosismo duran bastante rato después, aunque ya haya pasado el momento crítico.
Como conozco mis efectos del nerviosismo, siempre evito al máximo llegar a este estado. Así que hoy me he relajado y he decidido esperar. Ivette, sí, confía. ¿Y qué ha pasado? He tenido suerte: «Ivette Gutiérrez, pase por favor.»
He podido coger el avión y he mantenido la calma. Qué buenas noticias.
Dejemos de anticipar problemas, eso activa los sistemas de alerta de nuestro cuerpo, creando estrés, e incluso puede perpetuarlo.
¿Conoces cómo te afecta a ti el nerviosismo? Tal vez te muerdes las uñas, gritas, o cualquier otra reacción. ¿Sabes cómo evitarlo?